Texto para el catálogo de la exposición individual “Silvia Lerin” publicado con motivo de dicha exposición en la Llotgeta en Valencia en 2007

LA GEOMETRIA COMO FORMA BÁSICA DE LA NATURALEZA

Hay cosas que sólo se pueden decir con las formas geométricas pues carecen de “forma” con la que las podamos representar. Porque uno no está siempre hablando de “cosas” que tienen  sustancia física. Y así la geometría, ayudada por el color, se convierte en un lenguaje simbólico de estados de ánimo, emociones, sentimientos, movimientos internos de la artista que ha de lograr informar –en los dos sentidos de la palabra, de forma y de informe,- construyendo complejos objetos perceptuales. A estas características formales de forma y color se añade la textura que aparece desde el principio y va poco a poco diluyéndose, pero es pura retórica, por eso la madurez la diluye. También son retóricos los textos que aparecen en algunas  piezas de los inicios y que desaparecen pronto. Textos de escritura casi automática, que finalmente no parecían añadir nada a la obra. Así pues, la autora juega realmente con los datos más básicos de la naturaleza, la forma y el color. Dos elementos que por muy simples que parezcan son realmente suficientes para una larga trayectoria artística. Con esos dos elementos construye la Naturaleza toda su diversidad. Y así lo ha reconocido la artista.

Para el observador los cuadros de Silvia, tomados individualmente, son sensaciones que, sin duda, producirán en su mente  determinadas sensaciones e ideas que tienen que ver con su propia historia, pues la geometría y el color, trabajados para ser percibidos, se interpretan desde el propio yo. Son excusa de introspección dado que su significado reside en la abstracción de la propia experiencia.  Por eso, la visión conjunta de la trayectoria de Silvia, nos habla de la artista y de sus movimientos internos, de sus vaivenes emocionales, porque todo ser transcurre a lo largo de los años, y los años son experiencia y conocimiento.

En toda su trayectoria dominan los colores azules y rojos, con cierto aprecio por el amarillo, colores básicos como las formas geométricas que utiliza. No son colores planos sino matices muy trabajados con grandes masas tonales.  Colores que se perciben a distancia o colores que se perciben en la proximidad, fríos o cálidos, siempre intensos y saturados. Es constante en el trabajo de una técnica mixta compuesta por una mezcla acrílica que ella misma construye a base de pigmentos y látex y a la que añade polvo de mármol para lograr las texturas. 

Los cuadros están siempre construidos en planos superpuestos logrando la perspectiva y el volumen de sus grandes manchas de color. Perspectiva que a veces logra, también, rompiendo los planos y dejando pequeñas quiebras que, además, tienen la virtud de producir una imagen dinámica, en movimiento, que en algunas ocasiones parece más frenético pero que en sus inicios  y durante los últimos años, son de una serena estabilidad. El equilibrio de las formas es más propio de Silvia que el movimiento inestable de los elementos. Por eso la mayor parte de sus cuadros tienen una lectura vertical basada en firmes horizontales.

La tensión perceptual se genera en el tratamiento del color y, a veces, en elementos que pugnan por penetrar en las grandes masas presionándolas y estableciendo la dialéctica comunicativa de las formas.

A partir del año 2000 suaviza los colores, aun con gran textura, y amplía la gama de color hacia los verdes, blancos… coincidiendo con  una ruptura de formatos, aunque sigue predominando el cuadrado. Sus composiciones son ya más complejas, se multiplican los planos y hay cierta investigación hacia lo curvo que finalmente no llega a cuajar, no se siente cómoda con esas formas que son más inestables que las ortogonales con las que siempre trabaja. Las líneas se hacen más firmes, pero también, al entrar la diagonal como elemento formal, la obra aparece más inestable, más dinámica, a veces, dando la sensación de que el cuadro se cae perceptualmente hacia un lado, como si las formas estuvieran capturadas en ese preciso instante previo al derrumbe de las mismas. Es en este momento cuando el trabajo de la textura empieza a diluirse, cuando los lavados se hacen más frecuentes e intensos, desapareciendo en los fondos que, a su vez, a veces desaparecen en un blanco de fondo que es casi la desaparición del mismo. Formas geométricas flotantes como planetas en constante movimiento empujados por oscuras fuentes de energía.  Este aumento del movimiento se convierte en un juego con el desequilibrio en sus piezas del 2002, las imágenes planas se sostienen apenas. Lo que produce la sensación perceptual de movimiento e inestabilidad.

Pero las diagonales y el desequilibrio no son su camino. Desde el primer momento su lenguaje es el de las masas inclinadas y las hendiduras por las que se asoman el fondo u otros planos. Y desde el primer momento para iniciar su trabajo establece una forma ortogonal de papel sobre el plano de modo que le sirva de punto inicial, a veces, inadecuado, otras, definitorio de todo lo que vendrá después. Ya que Silvia no trabaja desde el boceto y la composición intelectual del plano, sino buscando directamente las formas en el propio proceso de creación. Es, en ese sentido, una creadora expresionista en el sentido que este término tiene en los textos de B. Croce. Los reiterativos lavados que aplica le obligan a dejar secar bien los cuadros antes de poner en ellos las capas sucesivas de pigmento, por lo que siempre tiene entre manos más de un cuadro y más de dos. Yendo de una imagen a otra en busca de eso que las formas le piden, construye objetos evidentemente preceptúales porque los construye desde la propia percepción. Lo que muestra un buen conocimiento de los clásicos de la geometría pictórica.

Este modo de creación tiene, quizá, algo de aleatorio, azar bienvenido en algunos casos porque, cuando ocurre, es el propio cuadro el que se le impone a la artista, en el sentido en que empeñada en una dirección el azar tuerce las fuerzas y produce tramas no esperadas pero, sin duda, válidas que finalmente son decisivas a las formas finales de la obra.

Sus formas parecen siempre crecer hacia arriba, quizá por eso, a veces, el observador advierte cierta remota alusión a formas externas al propio cuadro, quizá a la propia naturaleza que, en cuanto al crecimiento,  pues tiende siempre a la verticalidad.    

La geometría es algo que le sale, como si J. Addison tuviera razón cuando dice que el alma humana tiene una estructura semejante a las formas de la naturaleza y de la belleza. Porque si es así, sólo con la geometría podría hablarse del ánima. Ya lo dijo Mondrian, los significados que él deseaba expresar en sus cuadros sólo podían representarse con las formas básicas de la naturaleza, las formas simples geométricas.

Sus obras, cada vez más maduras y atrevidas, más voluminosas, están luchando por salirse del plano para convertirse en una tridimensionalidad que, tras una breve experimentación, finalmente ha desestimado, aunque ¡quién sabe a dónde le hubiera conducido! En su lugar lo que ha ocurrido es que se ha expandido hasta convertir sus cuadros en grandes murales que ella denomina “movibles” porque son cuadros parciales  construidos como piezas sueltas, que una vez colocadas en la pared se extienden por ella saliéndose de lo que se puede considerar los límites de una obra. La energía expansiva de sus obras no buscaba salir hacia el espectador sino ampliarse tanto en el plano como para absorber a quien lo mira. Envolver al espectador en una gran mancha de color, darle la sensación de que acaba de modificarse su mundo.

M.T. Beguiristain

2007 – Vicepresidenta AICA

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